Nuevo aniversario de un Papa grande y santo
Celebramos hoy el tercer aniversario de la muerte de SS Juan Pablo II, que en su día, conmocionó al mundo. Durante una semana todos los medios de comunicación la tuvieron como noticia principal y todos hicieron de ella un seguimiento en directo, minuto a minuto.
Estos mismos medios fueron los que nos transmitieron el ambiente que en torno al Vaticano se respiraba en aquellos días y, admirados, dejaban constancia de mil maneras, del ambiente de cariño, paciente espera y dolor sereno de la multitud que todo lo llenaba, venida desde todos los rincones del mundo sin más convocatoria que la respuesta del corazón a una siembra de amor realizada por el Papa desde el primero al último día de su pontificado.
Pasados los años, noticias ordinarias han venido ocupar su sitio en los medios devolviéndonos a la cruda realidad. Por citar algunas recordemos lo que ocurrió durante años en el servicio de urgencias del Hospital “Severo Ochoa” de Leganés, en el que se produjeron sedaciones letales a numerosos pacientes a pesar de lo cual el jefe de dicho Servicio se ha prodigado, casi como un héroe, en la pasada campaña electoral; o las desafortunadas declaraciones del todavía ministro de justicia en las que ha manifestado que nuestro país ya estaba maduro para la eutanasia.
Su contenido contrasta con lo que se vivió en Roma, transmitido al mundo entero: el Papa, consciente de su gravedad, quiso volver a su casa para morir en ella, y considerando su gravedad como cuestión secundaria, si así se puede hablar, no desertó de la responsabilidad de su misión, – “no se bajó de su cruz”-, y la ejerció hasta que las fuerzas le abandonaron.
En su entorno hubo médicos y personas que lo atendían en todo momento que, sin duda, con dolor, respetaron siempre la voluntad del paciente, al ser testigos de su sufrimiento. Es verdad que pocas personas son capaces de hacerlo así, porque el heroísmo es la grandeza de los santos, pero hay cosas que llaman la atención en especial cuando se contraponen con los las noticias enumeradas anteriormente, y que aconsejan unas precisiones importantes.
En primer no se debe vulnerar el respeto hacia la persona enferma y su dignidad. Es a ella, si está consciente a quien se le debe explicar su situación y sus posibilidades, y ella, la que, si lo sigue estando, debe decidir su participación o no en la propuesta del médico, que nunca puede ser sedación rayana con la eutanasia.
En segundo lugar, es fundamental el respeto por los familiares a los que se debe consultar cuando el enfermo no pueda atender. Sin duda que, consultados y movidos por su buena voluntad y su confianza ciega en el médico -más vale que los acontecimientos no nos la arrebaten- confiarán en su criterio, al suponer que lo que les proponen es lo mejor para su enfermo.
Por último en ocasiones no hay amor y sí falsas compasiones hacia unos y otros tomándose como propio y en su nombre el derecho a adelantar un final que no debe estar en nuestras manos. Aliviar el dolor, sí; suavizar la agonía, sí; empecinarse en prolongar artificialmente vida y la agonía, no; pero acortarla por una falsa piedad, tampoco.
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